El amor se multiplica en las familias numerosas
El movimiento pro control de la natalidad, muy poderoso en los países ricos como el nuestro, quiere suprimir el viejo refrán de que los hijos son una bendición. María y su marido Alex, padres de cuatro hijos, me sirven para explicar lo que digo.
Viven en Ottawa (Canadá). Los días que van de compras, suelen recibir sonrisas y palabras de elogio y ánimo por su valentía en traer cuatro hijos al mundo. Pero otros les condenan abiertamente por tomar la decisión de tener una familia numerosa; cuando, les dicen, no debe tenerse más de dos hijos. Algunos van más allá de la simple crítica. Son quienes pretenden imponer el control de la natalidad. No sólo en su casa. También en la de todos los demás. No les gustan que los matrimonios estén a favor de la libertad de elección, si ésta no coincide con la suya.
Los profesionales de la publicidad y las relaciones públicas sabemos que la rapidez es la estrategia más eficaz contra los insultos o ataques. En realidad, a los provocadores no les interesa discutir la filosofía de la norma no escrita de los dos hijos. En cambio, los padres agraviados sí desean responder y defender su decisión como lo mejor para la parte más débil, los hijos. Estos padres están convencidos de que el mejor regalo que le puedes hacer a un niño es tener hermanos.
Y si en vez de tres o cuatro, el matrimonio tiene diez hijos. Esto es lo que pasa: la familia va a comer a un restaurante y al cine. La camarera y el acomodador les preguntan de qué colegio o campamento son. Pero una vez les dijeron si se consideraban personas responsables teniendo diez hijos. La respuesta de la madre, Catherine, tendría que salir en todos los libros sobre la familia: “No medimos nuestro sentido de responsabilidad por el número de niños que tenemos, sino por lo que hacemos con ellos. El amor se multiplica. Cada uno de ellos cuenta con nueve hermanos que lo adoran”.
La soledad de la vejez valdría como excusa para tener familia numerosa. Sin embargo, es mucho más convincente subrayar que los niños invitan al sacrificio y estimulan la bondad de las personas. Hacen del mundo un lugar mejor, porque obligan a sus padres a madurar al hacerles pensar en las necesidades de los demás.
CLEMENTE FERRER ROSELLÓ
Presidente del Instituto Europeo de Marketing, Comunicación y Publicidad
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