La cultura de la muerte
Japón es el país con el índice más elevado de inmolaciones del mundo, con más de 35.000 suicidios cada año. En el imperio del sol naciente, una persona se quita la vida cada 15 minutos. A través de Internet, los llamados "pactos de la muerte colectivos", se están convirtiendo en una epidemia entre la juventud japonesa.
El primer suceso tuvo lugar en la localidad de Minano, próximo a Tokio. Dentro de un automóvil se encontraron los cadáveres de cuatro chicos y tres chicas que habían inhalado monóxido de carbono, más conocido entre los nipones como "la muerte dulce".
Vivimos en una cultura de la muerte aunque esté oculta tras los ropajes del consumo y bienestar. Basta profundizar un poco para que esta indigencia moral se presente tal como es, con un egoísmo feroz, una violencia agresiva y poco respeto por la vida, que es un don divino. Todo ello aderezado con los mejores ingredientes hedonistas y materialistas que nos llevan a un estado de naturaleza donde todo está permitido, donde no existe el más mínimo referente moral.
Por lo tanto, hay que contraponer una “cultura de la vida”, localizada en el regazo de la familia, frente al “imperio de la muerte”. A través del amor, se está trocando la cultura de la muerte en cultura de la vida.
En 2007, la actriz británica Emma Beck de 30 años, abortó. Se suicidó, aliviándose al dejar a sus parientes una patética carta: “La vida es un infierno para mí, yo nunca debería haber abortado, habría sido una buena madre. Quiero estar con mi bebé, necesita de mí, más que nadie”.
También el suicidio asistido es despiadado. Recientemente una clínica ha tenido apuros para obtener la pócima mortal y ha acudido a la ingestión de helio. Al examinar los vídeos de los suicidas es pavorosa la congoja, que se prolonga cerca de una hora, entre opresiones y convulsiones de los pacientes.
"Es importante subrayar que el suicidio es un acto morboso, decadente y cobarde", afirmó el director de cine alemán Oliver Hirschbiegel.
Clemente Ferrer
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