El aborto hubiera asesinado a cinco grandes personajes de la Humanidad
Hace poco me presentaron cinco casos de embarazo para que opinara sobre, si en alguno de ellos, sería lícito el aborto.
El primer caso es el marido asmático y la madre tuberculosa. Tienen cuatro hijos. El primero es ciego, el segundo sordo, el tercero murió en el parto y el cuarto tiene tuberculosis.
El segundo embarazo se produjo cuando un hombre blanco que violó a una niña negra de trece años.
El tercero es el de una mujer que ya tiene muchos hijos, dos de ellos han muerto, su esposo está en la guerra y a ella le queda poco tiempo de vida.
El cuarto caso es el de un pastor anglicano y su esposa, con problemas económicos muy graves, ya tienen 14 hijos y son realmente pobres.
El quinto es el de una joven cuyo esposo no es el padre del hijo que está esperando.
Si en estos cinco supuestos se hubiera aceptado el aborto, se habrían quedado sin nacer cinco personajes de gran trascendencia para la Humanidad. En el orden de los casos citados:
Ludwig van Beethoven (Bonn, 16 de diciembre de 1770-Viena, 26 de marzo de 1827), renombrado compositor, director de orquesta y pianista alemán. Una de las mejores cantantes de color: Ethel Walters, que nació el 31 de octubre de 1896 en Chester, Pensilvania (Estados Unidos) y murió el 1 de septiembre de 1977, en Chatsworth, California (Estados Unidos). Juan Pablo II (18 de mayo de 1920-2 de abril de 2005), fue el Papa número 264 de la Iglesia Católica. Juan Wesley (1703-1791), pastor anglicano y teólogo. Jesús de Nazaret.
No es de extrañar que el doctor Nathanson, pionero defensor del aborto en Estados Unidos, incluido el de su propio hijo, dijera, tras recapacitar: “La Humanidad hoy se arrepiente de la esclavitud de ayer, y pronto se avergonzará del crimen del aborto”.
También afirmó Beethoven “Mi madre acudió al médico en su segundo mes de embarazo. El médico decretó la interrupción del embarazo, pero mi madre se negó. Siete meses más tarde nací yo. Hoy, en 1824, en el Kärmerton de Viena, estreno mi novena sinfonía, mi canto personal a la alegría de vivir”.
Clemente Ferrer
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