Macabro asesinato
Eluana Englaro murió el sábado en «La Quiete» de Udine, a los 38 años, y tras 17 años en estado vegetativo. Le fue desconectada la sonda que la mantenía unida a la vida, y aunque se estimaba que dicho proceso tendría una duración de varias semanas, apenas ha superado los tres días.
El cardenal Javier Lozano Barragán, imploró al Todopoderoso para que la acoja en su seno "y que perdone a quienes la han llevado hasta el desenlace final", calificando la desconexión de "abominable asesinato". Asimismo el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, afirmó que la agonía de Eluana debe ser para todos "un motivo de reflexión y de búsqueda responsable de las mejores vías para acompañar, con el debido respeto, el derecho a la vida, al amor y al diligente cuidado de las personas más débiles".
Sin embargo, tras diecinueve años en coma, el polaco Jan Grzebski, despertó de su larga ausencia física, que no espiritual. Sufrió un accidente laboral y cayó en un profundo coma. Pero despertó y recuperó la conciencia por completo. Afirmó que durante estos años fue consciente de todo lo que pasaba a su alrededor, aunque no podía hablar. Escuchaba las conversaciones de los médicos, afirmaban que no sobreviviría. Y él lo único que quería era vivir y los médicos planificaban su eliminación. Escuchaba todas las conversaciones de los facultativos. Jan estaba vivo y era consciente de todo lo que sucedía a su alrededor.
No es lícito matar a un ser humano para no verle sufrir. Nadie puede autorizar la muerte de un ser trascendental, aunque sea un enfermo incurable, agonizante o en estado de coma profundo, como Eluana. Ella oía cómo planificaban su asesinato. Eluana deseaba vivir pero fue asesinada.
La idea concluyente es que la eutanasia es una equívoca solución al drama del dolor, un desenlace indigno del hombre. La verdadera respuesta no puede ser la de provocar la muerte sino testimoniar el amor, que ayuda a afrontar el dolor y la agonía de forma mas humana. La eutanasia es una patética y equivocada respuesta al sufrimiento humano.
CLEMENTE FERRER ROSELLÓ
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