Sádicas torturas tras la muerte de Dios
El penal de Tuol Slebg, que edificaron los jemeres rojos en Camboya, es visitada por miles de turistas. La prisión se conserva tal y como estaba desde el año 1979. Al comienzo era un centro de indagación y tortura: solamente siete de los 15.000 prisioneros, que fueron recluidos en ella, durante al dictadura de Pol Pot, sobrevivieron a las funestas torturas.
El sitio donde padecían los salvajes tormentos está compuesto por dos torres, una de ellas cubierta por una valla metálica, con espinos punzantes, para frenar la muerte por desesperación de los presos, evitando el suicidio. Perduran en la prisión las literas de hierro, donde se amarraban a los reclusos para atormentarlos, y los variados instrumentos de tortura.
El decálogo de la penitenciaría era: “No grites mientras recibas azotes o descargas eléctricas. No hagas nada, quédate quieto y espera órdenes. Cuando te pida algo hazlo, sin protestar.”
Se pueden ver las tenazas y utensilios con los que mutilaban los dedos pulgares, puñales, flagelos y arcas para las tarántulas y los alacranes. Apilados los varones, las mujeres, los chiquillos y los longevos, sin separación, marcados con un cartel en el torso. Los faltos de ropaje tenían cosido al pellejo un pañuelo con su número de preso. Algunos de los semblantes estaban desquiciados, otros exteriorizaban tranquilidad pese a vislumbrar el hálito de la muerte. Los niños irradiaban, en el rostro, su pureza.
Los acusados lo eran por razones tan leves como usar gafas –una señal de intelectualidad-, tener un diploma universitario o no tener callosidades en las manos. El redactor Dith Pran, corresponsal de “The New York Times”, relató que: “Les decían que Dios había muerto y que ahora, los jemeres rojos cuidarán de ellos”. Los niños fueron forzados a cortar el hilo de la vida de sus progenitores, como testimonio de repudio.
La tortura es contraria al respeto de la persona y a la dignidad humana. Podría decirse en cualquier momento, pero ante tales evidencias, conviene recordarlo
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