Un veinticuatro por ciento de los escolares sufren acoso en las aulas
Los chiquillos no pueden ser víctimas de apodos, ultrajes, mofas, chantajes, empellones, puntapiés, porrazos. Nunca y mucho menos durante largas temporadas. Los casos de asedio escolar empiezan ya a conocerse.
Hay más sensibilización ante un caso que estremeció a la sociedad vasca, lo que le sucedió al pequeño Jokin, el adolescente de Hondarribia (Guipúzcoa) que a lo largo un año soportó alfilerazos y desdenes por parte de sus compañeros del colegio hasta que dispuso inmolarse en el año 2004. Tenía 14 abriles.
También, otros críos son el muñeco de sus condiscípulos que los tratan con crueldad. Los efectos resultan demoledores. El acoso escolar, según el estudio Cisneros, apunta a una proporción que se alza en el 24%. La comunidad docente admite este horripilante estigma, según diversas investigaciones.
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«Cualquier cifra es elevada. Da igual que sean mil o cien, mientras exista un niño que lo sufre es suficiente», dice Ferran Barrí, presidente de la asociación SOS Bullying. “No debemos confundir una pelea entre alumnos con el acoso sistemático y duradero». El maltrato escolar supone lesionar, física o pisicológicamente, a un niño de forma incesante en el tiempo. Desde carcajearse y hostigarle, hasta atizarle collejas y puntapiés, maltratarle o aguijonearle. La sutileza del perseguidor, cuando desea hacer extorsión, es inmensa. El asedio escolar se da más entre los adolescentes, aunque también se produce en edades más tempranas, entre los 8 a 15 años.
Las secuelas sobre los torturados resultan letales. El trasnoche; espasmos y vómitos en el desayuno. El síndrome del domingo es terrible; se sienten amargados, se exasperan fácilmente y se acongojan al pensar que tienen que reanudar las clases. El ciberacoso, que emplea las nuevas tecnologías, es enormemente nocivo, denigrante y punzante. Es un permanente maltrato por medio de mensajes, o imágenes, que se cuelgan en las redes sociales. No hay sitio alguno donde el niño se pueda refugiar. A los perjudicados les cuesta contar estas trágicas torturas. Quedan intimados, constreñidos, aplastados psicológica y socialmente.
Por todo lo expuesto a los padres se les aconseja que tengan una cierta comunicación con sus hijos y rodearles de afecto, para que puedan contar sus sufrimientos.
Clemente Ferrer
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