26 millones de abortos.
Más de 26 millones de abortos se ejecutan cada año en el todo el orbe, aseveran el profesor Tonino Cantelmi –psiquiatra y psicoterapeuta- y Cristina Carace –psicóloga clínica-, en una crónica divulgada por Zenit, acerca del síndrome post-aborto.
El rasgo traumático de la interrupción voluntaria del embarazo proviene del hecho de que «cuando la mujer descubre que espera un niño no lo considera sólo un "embrión", sino el propio hijo, un ser humano pequeño e indefenso que está creciendo dentro de su propio cuerpo, de forma que abortar significa permitir que se mate de manera voluntaria a su bebé».
En un porcentaje enorme de hembras que han malparido se despliega la crisis del estrés postraumático, cuyas manifestaciones son «recuerdos desagradables que se manifiestan en imágenes, pensamientos o percepciones; sueños desapacibles del acontecimiento y la impresión de reconstruir la experiencia del aborto a través de una desazón psicológica virulenta.
Ya se exponen estas excentricidades como «síndrome post-aborto» que, además, «evoluciona en una vivencia de dolor y temor que determina cambios en el comportamiento sexual, depresión, incremento del consumo de alcohol y de drogas, cambios del comportamiento en la alimentación, trastornos de ansiedad, pérdida de autoestima e intentos de suicidio».
Todos estas desazones pueden producirse varios meses después de la intervención abortiva. Las hembras que han interrumpido su preñez «pueden seguir teniendo sentimientos de culpa o depresión ligados al aborto, incluso durante los embarazos sucesivos».
El llorado Juan Pablo II, en su Encíclica Evangelium vitae, afirmó: “El aborto procurado es la eliminación deliberada y directa de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va desde la concepción al nacimiento. Jamás se puede justificar la eliminación deliberada de un ser humano inocente que debe ser respetado y tratado como una persona, desde el mismo instante de su concepción”.
CLEMENTE FERRER ROSELLÓ
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