Interrupción voluntaria del embarazo, mensaje falaz
Se ha lanzado una campaña de publicidad por la Fundación RedMadre bajo el eslogan; “nunca estabas sola” y “8 de cada 10 mujeres embarazadas atendidas por RedMadre deciden seguir adelante con su embarazo”.
El aborto queda condenado claramente en la encíclica “Evangelium vitae” y, anteriormente, por el Concilio Vaticano II, que define el aborto como “un crimen abominable”. Por otra parte, la Declaración del derecho a la vida para cualquier ser humano, como un derecho fundamental, decretado por la Convención Europea sobre Derechos Humanos. Tal aseveración también se encuentra en la Declaración de la ONU sobre los Derechos Humanos. La interrupción voluntaria del embarazo es un eufemismo engañoso. Es una ofensa no sólo a la vida sino a la verdad, pues su finalidad es borrar la realidad del hijo ya existente y condenarlo a la muerte. El ser humano existe desde el primer momento de la concepción hasta su muerte natural. Un feto vivo, muy frágil y débil, existe en el cuerpo de la mujer a cuya mente y corazón se confía del todo su propia vida.
Un gran número de madres son capaces de hacer frente a cualquier sacrificio y, muchas veces, a un cambio incómodo en su propia existencia para que viva su hijo. Por esta razón los instrumentos legales deben garantizar el derecho a la vida del ya concebido. En cualquier caso, el primer deber, también jurídico, consiste en afirmar la verdad sobre el hombre, sobre su derecho a la vida, su carácter de sujeto y nunca de objeto, de persona y jamás de cosa. De ahí la importancia de destacar que es un mensaje falaz la aseveración de interrupción voluntaria del embarazo. Se trata de un aborto que, a su vez, es la aniquilación de un ser humano inocente e indefenso.
“El niño por nacer es un ser humano a partir de la concepción, y su vida debe ser respetada. Esa vida fue redimida por Cristo, esa vida es un regalo de Dios”, afirma el teólogo suizo, Karl Barth.
“El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede legitimar. Estas leyes no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia”, afirmó el beato Juan Pablo II
Clemente Ferrer
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