La dictadura del terror
Amaury Sport Organisation, agrupación ejecutora del rally Dakar, ha prohibido el acontecimiento deportivo más sobresaliente del orbe, por vez primera, en sus treinta años de duración. Al Qaida ha vencido sin participar. El ataque del fanatismo musulmán no tiene fronteras. Todo es válido cuando se trata de aparecer en las portadas de los rotativos más importantes del mundo.
Se había estudiado, declaraba Carlos Sainz, la creación de trazados alternativos en Marruecos, pero ese relevo no anulaba el temor razonado de una agresión en el sur de Marruecos. No es la primera vez que el fanatismo se cuela en la caravana deportiva más célebre del mundo. El pasado año se concluyeron dos etapas ante la amenaza manifestada por el Grupo Salafista Argelino.
La interrupción fustiga a una catástrofe para seiscientos pilotos, quinientos equipos, tres mil patrocinadores y, principalmente, para los recursos económicos de Mauritania y Senegal.
El piloto, Francisco López, aseveraba que “podría disputarse en Sudamérica”. Por lo tanto, Mauritania y Senegal serían los vapuleados con el triunfo de Al Qaida.
El chantaje fanático que, activando una sola de sus extensiones, ha logrado liquidar el rally de los rallys; Al Qaida del Magreb Islámico, que surgió hace un año, radicado sobre el argelino Grupo Salafista para la Predicación y el Combate. Esta es la agrupación sectaria más significativa del terruño.
La interrupción del evento presupone un perjuicio para millones de tropicales que, aunque sólo sea por unos momentos, contemplan como su vida se exhibe en la tierra entera. Todos ellos han perecido frente a los auténticos triunfadores de la carrera: los violentos. Además de la percusión monetaria que el rally origina, la caravana contiene un componente solidario ya que suministra catorce toneladas a dispensarios en equipos hospitalarios.
Al Qaida mantiene cuatro comisiones que sirven solamente a su jefe, Osama Bin Laden, el terrorista más buscado del mundo y del número dos, el médico forense egipcio Ayman Al-Zawahiri: el financiero, el militar, el religioso y el de investigación y comunicación. Este último ha sabido conservar con su perniciosa firmeza la zozobra de la opinión pública. La amenaza islámica mantiene que todos los musulmanes deben ir contra “los impíos, apóstatas, judíos y cruzados infieles”.
El Rey Juan Carlos I emitió un hiriente ataque al terrorismo, “es una lacra abominable e inaceptable, que suscita nuestra más profunda repulsa y firme condena”.
CLEMENTE FERRER ROSELLÓ
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