Amor de donación
El corazón humano demanda seducir y ser querido y ambiciona que ese querer sea firme y estable. La unión carnal, que es propia del maridaje, tiene como cimiento el cariño, que es el impulso que une. El vínculo matrimonial no lo ha urdido nadie; es una verdad primera, natural, que el mortal –varón y hembra- evidencia en sí mismo.
El matrimonio es una variedad concreta del vínculo humano, apoyado en la distinta estructura sexual del mortal. Esta ligazón, que es exclusiva del matrimonio, tiene como apoyo el amor, que es la pujanza que aproxima. El amor conyugal es un querer de donación y de tolerancia, determinado entre mortales sexualmente complementarios; moza y hombre.
El cariño que alza el maridaje es el amor de donación, un afecto que admite darse y aceptar al otro. Este flechazo es completamente contrario del amor de pertenencia, que es un cariño zángano y cruel, porque ama al otro únicamente por la deleite que otorga. El mortal debe ser amado por sí mismo y se rebela a ser transformado en un cuerpo de goce; por eso, el amor de posesión no se mantiene, porque no es amor conveniente y acaba siempre en crisis y en desgarro.
En la unión matrimonial se origina la donación y el beneplácito de ambos mortales. Entregarse es donar nuestro libre albedrío: Sólo puede donarse quién es libre y tiene mando sobre su propio ser actual y venidero. Entregarse a otro mortal para toda la supervivencia es un acto de libertad, posiblemente el más noble y majestuoso que pueda consumar un ser humano.
En el estado marital, la recíproca entrega y beneplácito, originan como consecuencia natural; la doble pertenencia entre los cónyuges. Ser consorte y ser desposada son identidades familiares, como lo son las que poseen su principio en la estirpe; filiación, fraternidad; es, incluso, más pujante, puesto que entre casados hay mutua pertenencia, mientras no la hay entre progenitores y sus benjamines.
Amar es elocuente, pero es más importante ambicionar amar. Querer amar como determinación de la voluntad libre, que se impulsa hacia el porvenir. Y desea amar así quién se dona íntegramente al otro en el casamiento. Ése es el amor estable al que anhela, internamente, el corazón humano. Sólo ese amor posee locución para declarar el vocablo, para siempre.
CLEMENTE FERRER ROSELLÓ
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