Derecho a la vida
El Catecismo de la Iglesia Católica asevera que: "La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida."
La Declaración de Independencia de los Estados Unidos admite las opciones, inalienables, del derecho a la existencia y al libre albedrío. El derecho a la vida es el más esencial de los derechos de la naturaleza humana. Vulnerarlo, aniquilar un ser, liquidar a una persona humana en su desarrollo, dentro del vientre maternal o fuera de él, es un asesinato contra la humanidad.
En la concepción están presentes todos los principios precisos para la generación de un bisoño, ya ser humano. Al juntarse los cromosomas del progenitor y de la mujer, constituyen una persona humana propia, que jamás se repetirá. En ese mismo instante despunta la existencia y la célula sexual y el espermatozoide renuncian a la propia existencia. Se ha engendrado un nuevo ser. Entre tanto, se forma dentro del seno materno, se desarrolla aisladamente de la mujer. La existencia del niño es diferente a la vida de la mama, es una vida independiente y personal.
Las fundamentales religiones del orbe vapulean el malparto: como pauta, poseemos el mandamiento judeo-cristiano "No matarás". La interrupción voluntaria del embarazo, infringe el Juramento Hipocrático de los facultativos y la Declaración de Ginebra en la que, se declara, que el doctor tendrá una gran adhesión a la existencia humana, desde el momento de la fecundación hasta la muerte natural.
El aborto no sana ninguna dolencia. Si la joven anhela la criatura, el clínico le ofrecerá todos los cuidados precisos para vencer cualquier tipo de dificultad. El malparto es una lacra que arrasa a la sociedad ya que, en este momento, se ejecutan más de 1,5 millones de abortos quirúrgicos al año, en todo el universo.
El malparto es la conflagración más violenta de todos los lapsos de tiempo. Jamás, en los anales de los pueblos, ha sufrido la vida tanto estertor agresivo. Como consecuencia de las bajas tasas de alumbramientos, la población occidental está descendiendo. Es preciso refrenar esta preferencia trágica a la interrupción voluntaria del embarazo. Debemos exigir a los gobiernos, de todo el mundo, que se deje de matar.
“El respeto absoluto de toda vida humana inocente exige también ejercer la objeción de conciencia ante el aborto procurado y la eutanasia”, afirmó Juan Pablo II.
CLEMENTE FERRER ROSELLÓ
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