Una felicidad malograda
“Las personas deformes y los eunucos, los viejos y los bastardos suelen ser envidiosos, porque el que no puede remediar su propio estado hará lo posible por dañar el de los demás”, afirmó Francís Bacon.
Hace casi un lustro me relataron de un deforme cerebral que su existencia estaba atiborrada de amargura; angustia que contagiaba a todos los que le circundaban.
Su ademán fustigador, ante todos los que cercaban, le llevaba a estar pendiente de las mezquindades que les rodeaban.
El desajuste mental le torturaba y hacía que, su fluctuación, radiase amargura, desazón y daño en lo más profundo del alma y en lo más recóndito del corazón, a las almas que estaban cerca de su triste figura.
Acosaba a los más nobles ya que su bellaquería le impedía seducir lo benévolo y lo pulcro que vislumbraba en sus parientes.
Tenía sospecha de sí mismo y le abatía la soledad. No podía encararse con su demencia que le encaminaba a su auto lesión psíquica.
Protegía sus derechos que morían porque eran la nada, la ausencia de amparo y la abundancia de dolor.
Una subsistencia preñada de deformaciones monstruosas que con su conducta morirían, ya que provenían del no ser, del sadismo personal, causado por su ocaso deforme y bastardo.
Un ente frágil que no es dichoso porque no ha sabido descubrir en los demás la imagen del Creador. Un enloquecido sin Dios, que vive entre la hojarasca de su inservible vidorria.
CLEMENTE FERRER ROSELLÓ
Presidente del Instituto Europeo de Marketing,
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